10 de octubre de 2012

Encrucijada

Al final de su jornada, el arriero se encamina de vuelta a casa. Llega al cruce de caminos justo cuando el sol toca la línea del horizonte. Al acercarse, ve el bulto de un hombre que descansa sentado en un tocón al borde de la senda. Fuma pausadamente. La sombra larga de los árboles desdibuja sus rasgos.
–Cuidado, amigo –dice el arriero–, ¿no sabe que el Diablo se aparece en las encrucijadas?
–¿Y quién mejor que yo para saberlo? –le responden.