En esta ocasión
quiero hablarles de un escritor uruguayo poco conocido en nuestro país, Gustavo
Espinosa. No es un escritor montevideano, sino nacido en la provincia de
Treinta y Tres, en 1961, lugar en el que radica desde 1986. Tal vez
precisamente por este aislamiento, su obra problematiza el tema de lo
provinciano frente a lo cosmopolita. Sus personajes generalmente oscilan entre
estos dos polos: la cultura de masas difundida por la tradición anglosajona y
el sentir vernáculo expresado por las clases populares de la región.
Treinta y tres es, para Espinosa, su
ciudad natal, pero también un territorio puramente literario, como la Santa
María onettiana. En este espacio se desarrollan todas sus historias y su
trabajo poético lo evoca igualmente con dolorosa nostalgia. Se trata de un
espacio que se constituye coralmente, por la perspectiva de personajes marginados,
derrotados y lumpen.
Por supuesto que dar voz a los
personajes y representar su cosmovisión en una polifonía abigarrada, no quiere
decir que la oralidad recreada excluya lo poético. Los personajes más bajos son
capaces de las más elevadas creaciones poéticas en su discurso sin por ello caer
en lo inverosímil. En todo caso, de ellos se extrae una agridulce
interpretación del mundo que no excluye el tono humorístico. Y el humor ocupa
un papel preponderante en el trabajo del uruguayo, ayuda a los personajes a
sobrevivir el horror y la soledad, y a combatir la decepción del porvenir.
Además de escritor, Espinosa ha sido
profesor de literatura y columnista sobre temas de cultura. Se dio a conocer
como poeta con el libro Cólico miserere
(2009), y su fascinación por la música lo llevó a integrar varias bandas de
rock y blues. Menciono esto, porque
la música forma parte central de su creación literaria. Es el lenguaje de los
sentidos y del instinto, además del medio por el cual los personajes
desclasados y bajos adquieren su educación sentimental. También, desde luego,
hay personajes que conviven con la música desde una perspectiva culta,
proyecciones autorales normalmente, pero que acaban por contagiarse de la
manera puramente intuitiva que tienen los otros personajes de relacionarse con
ella.
Los recursos poéticos que pone en
juego, además de los medios que, supuestamente, documentan el testimonio
escritural son de una riqueza sobresaliente. Cartas, cuadernos, libretas de
canciones, etc. constituyen el acervo “documental” ficticio que da cuerpo a sus
relatos. Esto le permite recrear distintas modalidades discursivas que dan variedad
y riqueza a sus textos, y que simultáneamente posicionan su obra en el panorama
de modernidad que, si seguimos a los teóricos, es requisito fundamental de la
novela. Espinosa es, pues, una de las voces más poderosas de la nueva
literatura uruguaya y tal vez rioplatense. Échenle un ojo si tienen oportunidad.
Gustavo espinosa
es autor de las novelas:
China es un frasco de fetos, 2001
Carlota podrida, 2009
Las arañas de Marte, 2012
Todo termina aquí,
2016
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